jueves, 25 de diciembre de 2014

Y para mí… ¿Qué significa la Navidad?


¿Cómo explicarte lo que he sentido estos últimos años cuando veo en esta temporada en muchos anuncios comerciales y hasta en los mensajes por correo la frase “Felices fiestas”…? ¡No puedo creer lo fría y despersonalizada que resulta! Hasta eso les hemos importado a nuestros vecinos del Norte con su “Happy Holidays!”. Pero dime ¿Qué acaso no es la Navidad lo que celebramos?... ¿En dónde estamos dejando aquélla tradicional frase de “Feliz Navidad y próspero año nuevo” que veíamos por todas partes? No crees que al parecer la gente ahora busca ser “políticamente correcta” y dar gusto a todos, creyentes y no creyentes y no herir susceptibilidades… ¡Qué pena!

¿Qué por qué mi malestar? Porque lo que yo quiero celebrar es eso, la Navidad, no una simple fiesta, es decir conmemorar el nacimiento en la tierra de Cristo el Hijo de Dios hecho hombre.

Mira, ante la pregunta ¿Qué significa para mí la Navidad? No puedo dejar de pensar en que el hombre pecó y que eso nos enemistó con Dios y que el Creador en su infinito amor y para que pudiéramos recuperar su gracia, nos envió a su Hijo para que con su sacrificio, su sangre, su muerte y resurrección, lavara nuestras faltas, fuéramos perdonados y pudiéramos reconciliarnos y nuevamente aspirar a regresar a la Casa del Padre, al lugar que nos corresponde, al Cielo.

Por eso para mí la Navidad es fundamentalmente ESPERANZA. La esperanza de ser salvado. Si no fuera así, ¿Qué sentido tendría la vida? ¿Para qué respetar la ley y los principios morales? ¿Para qué ser buenos y portarnos bien? Sin la esperanza, la vida no vale nada. ¿Para qué soportar miserias y dolores, limitaciones, tristezas y pérdidas, humillaciones, las necedades de los demás? ¿Para qué aguantar lo que tenemos que aguantar?, ¿Para qué tragarnos lo que nos tragamos? La esperanza de ir al Cielo, a reunirnos con Dios para toda la eternidad es la fuerza básica para soportar todo y darle significado a nuestra existencia pasajera aquí en la tierra. Sólo la esperanza nos permite sobrellevar las miserias y las debilidades humanas. La esperanza es la fortaleza que nos mantiene en pie y nos da vigor para seguir adelante.

Lamentablemente muchos de los contenidos de todos los medios como la televisión, la radio y ahora especialmente el Internet, hoy atentan contra la esperanza, sencillamente buscan desaparecerla, reducir nuestras vidas a buscar solamente la gratificación de nuestros sentidos, a pensar sólo en el aquí y el ahora, que no es otra cosa que bajar la vista, a no ver hacia dónde vamos, hacia nuestro destino final.

La esperanza es una virtud y que Santo Tomás de Aquino define como una: “virtud infusa (las gracias y dones que Dios infunde en el alma.) que capacita al hombre para tener confianza y plena certeza de conseguir la vida eterna y los medios, tanto sobrenaturales como naturales, necesarios para alcanzarla, apoyado en el auxilio omnipotente de Dios”.

Cada Navidad es el recuerdo de que Cristo nació para que nosotros nos salváramos y eso dime tú si no es un motivo para sentir una profunda alegría y sobre todo un enorme agradecimiento. Ahí está nuestra esperanza, esa esperanza renovada tras el desgaste de 12 meses intensos en los que hemos vivido infinidad de situaciones buenas y otras difíciles. La Navidad para mi debe ser también como ya anticipé AGRADECIMIENTO. Es justo que seamos agradecidos por todo lo que el Hijo de Dios ha hecho por nosotros al aceptar tomar humildemente la condición de hombre, tan minúscula comparada con su condición divina, y por eso hay que agradecérselo de una manera clara y manifiesta, porque lo hizo por amor a ti y a mí a sabiendas de cómo le íbamos a tratar y aun así aceptó, sin corajes, odios o rencores, llegó incluso a la máxima prueba de amor, dar su vida por nosotros. ¿Cómo no agradecerlo? Tendríamos que ser muy ruines. Él quiere que se lo digas, recuerda como en aquél pasaje del Evangelio que narra San Lucas (17, 11-19) cuando Jesús curó a 10 leprosos y sólo uno regresó para agradecerle y dijo: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? Él espera nuestro agradecimiento. Pero además Jesús nos dejó algo maravilloso que sigue vivo y vigente que es el alimento para tener encendida y nutrida nuestra esperanza, Su palabra a través de los evangelios. El evangelio es la estrella guía, el gran mapa, el GPS que nos dice en dónde estamos y por dónde hay que ir para llegar a nuestro destino, es el “cómo”.

La Navidad para mí también es ALEGRÍA y qué mejor motivo para tenerla que recordar cada año una vez más quiénes somos verdaderamente, y cuál es nuestro auténtico linaje, es decir cuál es nuestra ascendencia. En la Carta de San Pablo a los Gálatas 4:7 queda muy claro lo que ganamos gracias al nacimiento y la redención de Cristo: “Así, ya no eres más esclavo, sino hijo, y por lo tanto, heredero por la gracia de Dios.” Dime tú si esto no es un gran motivo para sentir una enorme y profunda alegría. ¿No te alegra acaso saber que hemos dejado de ser esclavos y hemos recuperado la condición de hijos y todos los privilegios que eso conlleva? ¡Somos herederos! La Navidad es alegría porque hemos recuperado la posesión más valiosa que tenemos –nuestra calidad de hijos de Dios- y que habíamos perdido por el pecado.

La Navidad es alegría por el reencuentro que vivimos con familiares cercanos y distantes, con los amigos; es alegría porque es la temporada perfecta para recuperar a quienes hemos perdido a causa de la propia naturaleza humana –sea su culpa o la nuestra- y reconciliarnos; es nuevamente recuperar tesoros abandonados, de hacer las paces, de volver a sentir paz en el corazón y de aligerar la carga que el rencor hace que llevemos a cuestas innecesariamente. Es alegría porque no hay ninguna otra época del año en donde demos y recibamos tal cantidad de felicitaciones, abrazos y buenos deseos. Por eso mismo la Navidad es también una FIESTA, una celebración en que damos y recibimos regalos, regalos que deben representar dones y bendiciones, como aquéllos que le llevaron los Reyes Magos a Jesús. Mirra, que es el símbolo del hombre, representa la humanidad de Jesús. Incienso, es el símbolo de Dios, representa la divinidad de Jesús. Oro, el más precioso de los metales. El Oro es el símbolo del Rey, representa que Jesús es Rey del Universo, nuestro verdadero Rey. Ahí está la muestra. La Navidad es una fiesta a la que todos estamos invitados sólo acuérdate que hay que llevar un regalo al festejado. Tú decide qué, algo muy personal, algo muy especial para ti.

Sí, déjame te digo que la Navidad también para mí significa PERDÓN. Como ya anticipé brevemente Jesús vino al mundo y se hizo hombre como nosotros, nació, vivió, murió y resucitó para que nuestras faltas, ofensas y por decirlo de una vez por todas, para que nuestros pecados fuesen perdonados. ¡Cada celebración de la Navidad nos recuerda que Dios nos perdonó! Esa es su enseñanza. Buena oportunidad es entonces la Navidad para perdonar nosotros también, para liberar a nuestro corazón de resentimientos, amarguras, enojos, odios, corajes y rencores contra quienes pensamos o sentimos que nos han hecho daño, que nos han ofendido.

Pero mira que fuerte lo que dice el mismísimo Jesús en relación al perdón a través de Mateo (6:14-15), “Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.” ¡Sí!... Él, Jesús vino ¡A eso! A liberarnos de la culpa que nos cerraba las puertas del Paraíso, de la Casa del Padre, de la Casa que tenemos destinada para nosotros como herederos si así lo queremos.

Fíjate en esto y como perdonar es importante, cuando Jesús enseñó a orar a sus discípulos con el Padrenuestro, podemos leer en el santo Evangelio según San Mateo (6:12) que nos dice: Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. ¡Ahí está!

Si nosotros nos acercamos con genuina disposición de solicitar el perdón y nuestro hermano no nos recibe o no nos perdona, eso entonces es problema de él. Pero si nosotros no perdonamos, ese sí es nuestro problema, pues es decisión propia aunque quien nos haya ofendido no se acerque a nosotros. Como podrás observar, la atmósfera de la Navidad es la más propicia para perdonar, nunca como en esta época la gente está de mejor humor, más sensible y dispuesta.

La Navidad para mí también significa RENACER, mira como lo hace la propia naturaleza que con cada estación se va renovando incansablemente una y otra vez, mira como los bosques y las flores nos ponen la muestra y justo en el invierno se despojan de todo lo que les adornaba para dar paso a una nueva vida que llegará con la primavera. Mira como sueltan y dejan caer todas las hojas que ya están marchitas, que no tienen vida. Ahí tenemos el ejemplo que nos invita a seguir, a soltar, a despojarnos también de todo ese peso que cargamos innecesariamente y que no tiene vida, de lo que no sirve, para dar paso a lo fresco, a lo que florece lleno de vida nueva y sana, que embellece nuestro ser y existir y que da frutos abundantes y dulces que son también regalo delicioso para los demás. La Navidad es la invitación a sacudirnos ese polvo acumulado por todo un año y que nos hace ver sucios, viejos, abandonados; que oculta nuestro interior, que no deja ver a los demás quien somos realmente.

¿Sabías que renacer es volver a nacer? empezar una  vida nueva, renovar la vida de la gracia que obtuvimos por el bautismo. Pero ve como a veces somos nosotros mismos los que nos negamos a renacer, ciegos e inconscientes tanto de lo que perdemos como de lo que dejamos de ganar. A veces es el miedo lo que nos paraliza, el miedo es un malestar grave causado por la ignorancia y la incertidumbre, se cura con la Fe, o sea en la confianza absoluta, el conocimiento y la certidumbre total a lo que Dios nos ha revelado a través de la palabra de Cristo y que se encuentra en el Evangelio, la farmacia espiritual con remedio para todos los males y tónicos para fortalecer y aumentar todos los bienes. A veces lo que nos impide renacer es el egoísmo y sus síntomas son: Pensar, hablar y sentir siempre en primera persona; borrar a los demás del mapa, procurar las cosas sólo para uno mismo. Como podemos leer en Proverbios 18: “El egoísta busca su propio bien…”. Esto produce aislamiento y soledad extrema. Fíjate en lo que dice Oscar Wilde: “El egoísmo no es vivir como uno quiere vivir. Egoísmo es querer que los demás vivan como uno quiere vivir. Y no ser egoísta es dejar a los demás vivir a su manera, sin interferir con ellos…”. Y la enfermedad más grave y peor que todas que nos impide renacer es la soberbia. Se manifiesta cuando creemos que somos el centro y eje del universo, que todo y todos están en función nuestra y a nuestro servicio y complacencia, que no necesitamos de nadie, que somos la perfección y el referente para los demás. La soberbia es la exaltación de uno mismo y la oposición a la voluntad de Dios. La soberbia ataca radicalmente al espíritu y produce un envenenamiento mortal. La cura la prescribe el Gran Médico en el Evangelio de Mateo “Yo quiero misericordia y no sacrificios.” Misericordia es compadecerse de las penas y miserias ajenas, servir a los demás movidos por el amor.

La Navidad fundamentalmente es un ACTO DE AMOR por ti y por mí. Dios entregó a su Hijo por causa nuestra. Cristo a su vez aceptó voluntariamente el máximo sacrificio –padecer el calvario y morir en la cruz por cada uno de nosotros- y eso se puede hacer sólo por una razón, un amor enorme e infinito, especialmente a sabiendas de que muchas veces lo olvidaríamos, le volveríamos la cara, lo ofenderíamos y hasta lo negaríamos. Al celebrar la Navidad –y no unas simples fiestas- y tener presente que eso significa que festejamos el nacimiento de Jesús, podríamos pensar que Él nos dice en cada Navidad “Ya llegué, aquí estoy y vine porque te amo. Yo soy tu regalo.”

Se puede hablar mucho de lo que significa la Navidad, pero creo que a fin de cuentas lo más importante es vivirla intensamente, con alegría y con el corazón y los ojos puestos en los demás. Descúbrela en tu interior y pregúntate ¿Qué significa para mí la Navidad? Y date una respuesta.

Recibe un abrazo y mi deseo más profundo de que vivamos todos y en unión con los nuestros, ¡Una muy feliz Navidad, colmada de plenitud! ¡Y que este año que está por iniciar también sea pleno en abundantes bendiciones acompañadas de paz, sabiduría, salud, alegría, armonía y prosperidad!

Andrés Bermea
Monterrey, NL, México

Diciembre de 2014.