sábado, 8 de noviembre de 2014

El bombardero de dulces

Coronel Gail Halvorsen


Compilado por Graciela Sepúlveda

Muchas veces durante el transcurso de nuestra vida nos topamos con muchas oportunidades de brindar esperanza y aliento a los demás, este fue el caso del Coronel Gail Halvorsen, quien al final de la Segunda Guerra Mundial se ganó los apodos de el “Bombardero de Dulces”, “Uncle Wiggly Wings” (el Tío que mueve las alas), el “Tío de Chocolate” y el “Piloto de Chocolate”, les compartimos su dulce historia…

Gail Halvorsen nació en Salt Lake City, Utah en los Estados Unidos el 10 de octubre de 1920 y creció en pequeñas granjas en Utah y Idaho. Mientras trabajaba en el campo en la granja de remolacha de azúcar de su padre, Gail veía pasar los aviones con mucho asombro, y empezó a soñar que él quería volar uno de esos aviones. Su sueño permaneció con él hasta que pudo solicitar y fue aceptado en un programa de formación de pilotos. El ataque a Pearl Harbor lo llevó a unirse al Cuerpo Aéreo del Ejército, y se entrenó con los combatientes en la Royal Air Force. Reasignado al servicio de transporte militar, Gail permaneció en servicio hasta el final de la guerra.

En el mes de junio de 1948 Stalin (líder soviético) ordenó a sus tropas bloquear todos los accesos por tierra y fluviales a Berlín Occidental, que contaba por entonces con más de dos millones de habitantes, a los que cortarían radicalmente el suministro de alimentos, combustible y otros bienes. La idea de Stalin era que, ante la falta de suministros, pronto se rendirían y aceptarían registrarse en la administración de racionamiento de Berlín Oriental, consintiendo así, tácitamente, formar parte de la zona comunista de Alemania. Los aliados occidentales idearon entonces un arriesgado plan: abastecer la ciudad por vía aérea, a razón de unas cuatro mil toneladas de suministros al día, algo que, en principio se presentaba como imposible.

Pero, al cabo de unos meses, Berlín recibía una media de novecientos vuelos cada día (llegando a alcanzar 1,400 vuelos diarios), que la abastecían con más de nueve mil toneladas diarias de bienes.

Muchos de esos vuelos aterrizaban en el aeropuerto Tempelhof, en el sector norteamericano de Berlín. Precisamente en las pistas de aquel aeropuerto se encontraba un día de julio de 1948 el piloto norteamericano Gail Halvorsen, tras uno de estos vuelos del puente aéreo.

Al final de la pista, al otro lado de la alambrada, unos niños miraban los aviones que aterrizaban con los suministros. Gail se acercó a la alambrada y sacó dos chicles, los partió por la mitad y pasó los cuatro trozos a través del alambre de púas. No hubo pelea. Los niños que recibieron los trozos se los pasaron a los demás, y éstos a otros, y a otros… tan solo para olerlos. Gail quedó impresionado y prometió a los niños que al día siguiente volvería y lanzaría desde su avión chicles suficientes para todos. Uno de ellos, haciéndose entender en inglés como pudo, preguntó: “Y con tantos aviones volando, ¿cómo sabremos cuál es el tuyo?”

- “Moveré las alas” Contestó el piloto.

Dicho y hecho. Regresó a su base, compró en la cafetería un puñado de chicles y caramelos, y pasó toda la noche atando pequeños paquetes a tres paracaídas que hizo con tres pañuelos.

Al día siguiente Gail sobrevoló aquel lugar, balanceó las alas de su avión y su copiloto lanzó los tres paracaídas caseros con las golosinas, que fueron recogidas por aquellos niños. Durante tres semanas el avión de Gail repitió los lanzamientos. Tres pañuelos cada día… y cada vez había más niños esperando.

El piloto quería mantener el proyecto en secreto porque “era algo que se supone no se debe hacer”, pero un día el General William Tunner le llamó a su despacho y le enseñó un periódico berlinés con un extenso artículo sobre el lanzamiento de caramelos, donde aparecía una fotografía de su avión. El General felicitó a Gail y aprobó la continuación del proyecto.

Se corrió la voz por todo Estados Unidos, y Gail comenzó a recibir cajas y cajas de caramelos, chicles y dulces, muchos de ellos ya preparados con los paracaídas de pañuelos, y hasta 3 proposiciones de matrimonio. La Asociación Estadounidense de Pasteleros también donó toneladas de caramelos para la causa.

Gail Halvorsen no podía ni imaginar que lo que comenzó con un puñado de golosinas y unos pañuelos suyos y de su tripulación, desembocaría en una espectacular operación que se denominó Operación Little Vittles (pequeñas vituallas), y en la que, al final del bloqueo, alrededor de 25 aviones llegaron a lanzar 23 toneladas de chocolate, chicles y caramelos en diversos lugares de Berlín Oeste.

Gail Halvorsen consiguió elevar la moral de aquellos niños durante ese tiempo de incertidumbre y privaciones. Como un joven berlinés le dijo más tarde: “No era sólo el chocolate. También era la esperanza”

El bloqueo de Berlín concluyó el 30 de septiembre de 1949, al comprender las autoridades soviéticas que ni los ciudadanos de Berlín, ni las potencias occidentales tenían intención de rendirse.

La Operación Little Vittles les mostraba a los niños que alguien se preocupaba lo suficiente por ellos como para llevarles un poco de alegría, y los niños le decían al Coronel que ellos podrían vivir sin suficiente comida, pero si perdían su libertad, no la podrían recuperar más tarde. Así, utilizando un pañuelo como paracaídas con dulces amarrados, el Coronel Halvorsen proporcionó a los niños un poco de la esperanza de libertad que necesitaban para sobrevivir. Este esfuerzo representaba el optimismo de un futuro más brillante por delante. A pesar de que el Coronel Halversen ha ganado fama por su acto de bondad y oferta de esperanza para los niños de Berlín, él no toma el crédito para sí mismo. En una reunión por el 60º aniversario del puente aéreo, el Coronel  declaró: "En mi libro “The Berlin Candy Bomber”, los verdaderos héroes fueron lo que se encargaban del mantenimiento de las aeronaves y el personal de las operaciones del aeropuerto, que trabajaron sin descanso y, a menudo, en condiciones muy difíciles para llevar a cabo la misión. Los berlineses fueron también héroes porque a pesar de lo más difícil de las circunstancias, nunca se dieron por vencidos”.

Una vez retirado, el Coronel Halvorsen ha seguido recreando el espíritu de su dulce historia llevándola a otros países en necesidad, como por ejemplo Tirana, Albania en 1999 a donde llevó materiales escolares, juguetes y dulces a niños albaneses. Y el “Tío de las alas que se mueven” también ofreció su don especial a las víctimas del huracán Katrina en el sur del Mississipi en el 2005, y así en muchas ocasiones más.

El Coronel Gail Halvorsen ha recibido muchos reconocimientos, y uno de los principales ha sido el que una Escuela Primaria en Frankfurt, Alemania ahora lleva su nombre, y el 15 de junio 2013 una escuela secundaria en el barrio de Zehlendorf en Berlín, Alemania también fue nombrada en su honor. El Coronel Halvorsen estuvo presente para el nombramiento de ésta última escuela.

Esta linda historia nos muestra que los que una vez fueron enemigos, pues los alemanes atacaban a los aliados durante la Segunda Guerra Mundial, ahora se convirtieron en amigos a quienes poder ayudar. Esperanza es lo que los británicos, franceses y americanos con su harina, huevos deshidratados, papas deshidratadas, leche en polvo y carbón llevaban a los berlineses, esperanza de libertad.

Todo el mundo necesita esperanza hoy tanto como los berlineses del oeste necesitaban entonces y cualquiera de nosotros la puede dar a los demás. Bien por el entusiasta Coronel y sus compañeros, quienes lograron el éxito al ver sus esfuerzos coronados con la libertad de los alemanes, y muy posiblemente con nuestra buena actitud, podríamos también convertir a un enemigo en nuestro amigo y más aún, en que recupere uno de los tesoros más grandes de la humanidad, la esperanza.

Te invitamos a ver el siguiente video (Inglés)