Tenemos una historia que contarte…
We
have a story to tell...
(Please
read this story below the Spanish version)
Busca la felicidad
A pesar de que sólo tenía siete años, mi infancia terminó
abruptamente el 17 de abril de 1975. Ese fue el día en que las fuerzas de la guerrilla
comunista Khmer Rouge capturaron la
ciudad de Phnom Penh y Camboya cayó bajo el control de un régimen asesino cuyo
reinado del terror provocó la muerte de casi dos millones de camboyanos.
Cuando los soldados, en su mayoría adolescentes, entraron
en nuestra ciudad, tenían flores en los cañones de sus armas y saludaban a la
multitud de los camboyanos que celebraron su llegada pacífica. La celebración
se convirtió rápidamente en un caos cuando los soldados del Khmer Rouge comenzaron a ordenar a la
gente que saliera de sus casas a las calles donde comenzó una marcha mortal
forzada hacia el campo. Durante dos días, mis padres, mi hermano mayor y yo
caminamos con dos millones de camboyanos que se vieron obligados a abandonar
sus hogares dejando la ciudad de Phnom Penh completamente desierta. Los que
protestaron o no la dejaron con la suficiente rapidez fueron fusilados. Nadie
se salvó.
Mi octavo cumpleaños se dio durante esa terrible marcha
de tres meses donde la mayoría de los enfermos y ancianos murieron a los lados
del camino. Poco después llegamos a nuestro campo de trabajo, mi padre y
hermano fueron llevados a trabajar en diferentes grupos de labor. Nos dijeron
que los dirigentes del Khmer Rouge
eran nuestra familia y que ahora vivíamos en el año cero. No había música,
manufactura, correo, servicios higiénicos, medicinas, vehículos de motor ni
cosa alguna para hacer la vida más fácil o agradable. Sólo había trabajo y
muerte. Camboya fue regresada a la era pre-industrial en un experimento social
radical que era terriblemente imperfecto.
Mi padre fue ejecutado unos seis meses después de que nos
vimos forzados a salir de la ciudad y fue dolorosamente obvio que la muerte era
el resultado más probable de nuestra terrible experiencia. El líder del Khmer Rouge de Pol Pot condenó cualquier
modernidad o cosa occidental y culpó de la difícil situación de los campesinos
de Camboya a los que vivían en la ciudad. Trabajadores profesionales y
capacitados fueron ejecutados junto con cualquier persona que hablara un idioma
extranjero o usara lentes. Cualquiera que incluso fuera sospechoso de algún
tipo de educación formal fue asesinado.
Mamá y yo íbamos a trabajar a los campos a las cuatro de
la mañana y por lo general trabajábamos hasta altas horas de la noche. Las
raciones eran muy escasas y la muerte por inanición y agotamiento era cosa
común. Las enfermedades transmisibles curables con antibióticos simples
cobraron la vida de cientos de miles de personas durante la terrible experiencia
de cuatro años. Vivíamos en constante temor de ejecución y nuestros
pensamientos se consumían con la búsqueda de alimentos para satisfacer el roer
constante en nuestros estómagos.
En el momento en que los vietnamitas nos liberaron de los
Khmer Rouge en 1979, se estima que
1,8 millones de personas habían muerto y cientos de miles más estaban a punto
de morir. Perdí a mi padre, abuelos, tías, tíos y primos en el genocidio. A
pesar de la dificultad abrumadora que soportamos, mi madre y mi hermano también
sobrevivieron. Caminamos lejos del campo de trabajo con nada más que nuestras
vidas y nuestra determinación de hacer lo mejor con nuestra segunda oportunidad
en la vida.
A pesar de nuestra tremenda pérdida, mi madre siempre
miró hacia el futuro y nunca se quedó en el pasado. Por supuesto que lamentó la
pérdida de nuestra familia y nuestra forma de vida, pero su determinación para
prosperar nos alejó de la prisión mental que tantos otros camboyanos
construyeron para ellos mismos. Mamá nos enseñó el valor de la persistencia y
su fuerza y determinación nos llevaron a través de la peligrosa selva y de los
campamentos de refugiados, hasta que finalmente fuimos libres para vivir
nuestra vida en nuestro nuevo país Nueva Zelanda.
Yo tenía veintiún años cuando llegamos a Nueva Zelanda y
el choque de la libertad fue emocionante y aterrador. Me sentí abrumada por
todas las opciones y decisiones que tenía que hacer todos los días. Después de
vivir en el modo de supervivencia la mayor parte de mi vida, comencé a luchar
con las pequeñas decisiones interminables que nunca tuve que hacer antes. ¿Qué
iba a comer? ¿Me tomaba el té antes del desayuno o después de mi paseo? ¿Debo
inscribirme en la clase de inglés? ¿La gente se reirá de mí si lo hago?
Me sentía constantemente obsesionaba con las decisiones
que enfrentaba en la vida cotidiana, y comencé a cuestionar las decisiones que
había hecho en el pasado y me pregunté por qué yo había sobrevivido cuando
tantos otros no. Me atormentaba a mí misma con preguntas que no tienen respuestas
y me convertí en una enferma y suicida potencial. Sobreviví el peor genocidio
desde las purgas de Stalin en Rusia y casi muero poco a poco por la preocupación.
En las profundidades de la desesperación, experimenté una epifanía y sabía que tenía que
hacer algunos cambios. Empecé a buscar lo bueno en mi vida y buscaba razones
para ser feliz. De repente, ¡parecía que estaba rodeada de felicidad! Me puse a
crear una vida de abundancia y alegría y abracé la determinación y la fuerza
que mi madre había inculcado en mí durante nuestros años viviendo bajo el Khmer Rouge.
Veinte años después, soy la orgullosa madre de dos niños
increíbles. Soy dueña de una panadería muy exitosa y he acumulado una
considerable riqueza de inversiones inmobiliarias. Mi vida está llena de
alegría y serenidad y yo no podría ser más feliz.
Después de mi epifanía, me prometí a mí misma que iba a
encontrar mi felicidad y compartirla con los demás. La cosa más importante que
aprendí fue que se puede superar cualquier adversidad, no importa cuántos
obstáculos haya en tu camino. Cuando por fin me decidí a buscar la felicidad,
prácticamente saltaba a la vuelta de cada esquina que volteaba. Tú puedes
encontrar tu felicidad también. Decide que serás feliz y la felicidad
simplemente te encontrará.
Pisey
Leng
Pisey Leng vive en Nueva Zelanda, donde es dueña de una
panadería próspera y es una orgullosa representante de Vemma. También logró un considerable éxito financiero como una
inversionista de bienes raíces, y es ampliamente considerada como un faro de
inspiración para aquellos que se enfrentan a retos muy difíciles en la vida.
Pisey ha dedicado su vida a su familia, su carrera y estudiar a los más
respetados líderes de desarrollo personal en el mundo. Ella está profundamente
comprometida a ayudar a que los demás adopten una mentalidad que les permite
crear una vida de paz, felicidad y abundancia. Para ver más de la increíble
historia de Pisey vaya a: http://go.proctorgallagher.com/e/45802/2015-05-23/bycwl/373268363
Publicada originalmente
en Internet en InsightOf The Day de Bob Proctor
Adaptación al Español:
Graciela Sepúlveda y Andrés Bermea
Here the English
version…
Seek Happiness
Even though I was
only seven years old, my childhood ended abruptly on April 17, 1975. That was
the day the Communist Khmer Rouge
guerilla forces captured the city of Phnom Penh and Cambodia fell under the
control of a murderous regime whose reign of terror resulted in the deaths of
almost two million Cambodians.
As the mostly
teen-aged soldiers marched into our city, they had flowers in the muzzles of
their guns and waved to the crowds of Cambodians who celebrated their peaceful
arrival. The celebration quickly turned into chaos when the Khmer Rouge soldiers began to order
people from their homes and into the streets where they began a forced
death-march into the countryside. Within two days, my parents, my older brother
and I walked with two million other Cambodians who were forced from their homes
leaving the city of Phnom Penh completely deserted. Those who protested or did
not leave quickly enough were shot. No one was spared.
My eighth birthday
passed during that terrifying three-month march where most of the sick and
elderly died on the sides of the road. Shortly after we arrived at our labor
camp, my father and brother were taken away to work in different mobile work
groups. We were told that the Khmer Rouge
leaders were our family and we now lived in the year zero. There was no music,
manufacturing, mail, toilet facilities, medicine, motor vehicles or anything to
make life easy or enjoyable. There was only work and death. Cambodia was
brought back to the pre-industrial age in a radical social experiment that was
horribly flawed.
My father was
executed about six months after we were forced from the city and it was
painfully obvious that death was the most likely outcome of our own ordeal. The
Khmer Rouge’s leader Pol Pot
condemned anything modern or western and blamed the plight of Cambodia’s
peasant farmers on those who lived in the city. Professional and skilled
workers were executed along with anyone who spoke a foreign language or wore
glasses. Anyone who was even suspected of any formal education was murdered.
Mom and I went to
work in the fields at four in the morning and usually worked until late into
the evening. Rations were very scarce and death from starvation and exhaustion
was common. Communicable diseases curable with simple antibiotics claimed the
lives of hundreds of thousands of people during the four-year ordeal. We lived
in constant fear of execution and our thoughts were consumed with finding food
to satisfy the constant gnawing in our stomachs.
By the time the Vietnamese
liberated us from the Khmer Rouge in
1979, an estimated 1.8 million people had already died and hundreds of
thousands more were at death’s door. I lost my father, grandparents, aunts,
uncles and cousins in the genocide. Despite the overwhelming hardship we
endured, my mother and brother also survived. We walked away from the labor
camp with nothing but our lives and our determination to make the most of our
second chance at life.
Despite our
tremendous loss, my mother always looked to the future and never dwelled on the
past. Of course we mourned the loss of our family and our way of life but her
determination to thrive kept us from the mental prison so many other Cambodians
built for themselves. Mom showed us the value of persistence and her strength
and determination carried us through the perilous jungle and dangerous refugee
camps until we were finally free to live our lives in our new country New
Zealand.
I was twenty-one when
we arrived in New Zealand and the shock of freedom was exhilarating and
terrifying. I was overwhelmed by all the choices and decisions I had to make
every day. After living in survival mode for most of my life, I began to
struggle with the endless little decisions that I never had to make before.
What would I eat? Would I take tea before breakfast or after my walk? Should I
enroll in that English class? Will people laugh at me if I do?
As I constantly
obsessed over the decisions I faced in everyday life, I began to question the
decisions I had made in the past and wondered why I survived when so many
others had not. I tormented myself with questions that did not have answers and
became physically ill and suicidal. I survived the worst genocide since
Stalin’s purges in Russia and I was slowly worrying myself to death.
In the depths of
despair, I experienced an epiphany and I knew I needed to make some changes. I
began to look for the good in my life and sought reasons to be happy. Suddenly,
it seemed that I was surrounded by happiness! I set out to create a life of
abundance and joy and embraced the determination and strength my mother had
instilled in me during our years living under the Khmer Rouge.
Twenty years later, I
am the proud mother of two amazing boys. I own a very successful bakery and
have amassed considerable wealth from real estate investments. My life is full
of joy and serenity and I could not be happier.
After my epiphany, I
promised myself I would find my bliss and share it with others. The single most
important thing I learned was that you can overcome any adversity, no matter
how many obstacles stand in your way. When I finally decided to seek happiness,
it practically jumped from around every corner I turned. You can find your
happiness too. Decide you will be happy and happiness will simply find you.
Pisey Leng
Pisey Leng lives in
New Zealand where she owns a thriving bakery and is a proud Vemma representative. She’s also
achieved considerable financial success as a real estate investor, and is
widely considered a beacon of inspiration to those who face life’s toughest
challenges. Pisey has devoted her life to her family, her career and studying
the world’s most respected personal development leaders. She is deeply
committed to helping others embrace a mindset that enables them to create a
life of peace, happiness and abundance. To see more of Pisey’s incredible story
go to: http://go.proctorgallagher.com/e/45802/2015-05-23/bycwl/373268363
Originally published
on Insight Of The Day from Bob Proctor